Las relaciones entre familia y escuela pueden considerarse
un tema clásico en el estudio de la educación, ya que han sido objeto de
reflexión y análisis desde hace años.
Familia y escuela tienen el objetivo común de educar a la
persona, que es única y que necesita encontrar coherencia y continuidad entre
los dos contextos. Ninguna de las dos debería afrontar en solitario el reto que
supone la educación en nuestros días. Por ello, en estos momentos las
relaciones entre familia y escuela se plantean en términos de complementariedad
y apenas se cuestiona la necesidad de lograr una adecuada colaboración entre
ellas. Dicha cooperación deberá respetar, en todo caso, el derecho fundamental
de los padres como primeros responsables de la educación de sus hijos.
En el momento actual, el concepto de participación incluye
una visión ampliada en la que las relaciones familia-escuela se plantean como
un instrumento esencial para la mejora de los procesos y resultados educativos.
Desde esta perspectiva, el papel de los progenitores se considera clave en los
logros académicos de los hijos, por lo que se enfatiza la necesidad de dirigir
los esfuerzos al logro de una colaboración efectiva entre padres y escuela.
El hecho de que este enfoque plantee la implicación parental
como una estrategia encaminada al logro de la calidad educativa no significa
que se ignore el derecho a la participación de los padres como colectivo en el
gobierno de la escuela y en la gestión del sistema escolar. Sin embargo, esta
forma de participación se considera solo como una de las posibles facetas de la
implicación parental, que no puede sustituir el papel que todos los padres
deben desempeñar a título individual, acompañando y apoyando a sus hijos a lo
largo de su trayectoria escolar. Además, una de las aspiraciones del sistema
educativo consiste en la mejora de los resultados de todos los grupos sociales
y, especialmente, de los más desfavorecidos.
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