martes, 4 de abril de 2017

RELACIONES ENTRE IGUALES EN ETAPA INFANTIL

Las relaciones sociales de cero a dos años
Imagen relacionada

Durante los primeros meses las limitadas capacidades motrices y cognitivas que poseen los bebés no les permiten establecer una relación social propiamente dicha por lo que no suelen manifestar un interés social por otros bebés de su misma edad, aunque sí por las figuras de apego como mamá, papá, el hermanito o hermanita, abuelos o tíos.

A partir de los 6 meses comienza a haber reciprocidad entre niños de la misma edad pero ésta es muy rudimentaria, por ejemplo sonríen al notar la presencia del otro niño en el parque. No obstante, si este niño realiza alguna acción para continuar la conversación iniciada, lo más probable es que el niño de seis a doce meses lo ignore o no emita una respuesta apropiada.

Sin embargo, a partir de los 12 meses los niños comienzan a manifestar un interés creciente por lo que hacen los otros, por ejemplo imitan la forma en que juegan los otros niños y muestran agresividad cuando otro niño agarran su juguete. Normalmente, sus deseos de cooperación son más notorios que los de dominación y querrán buscar a los otros niños para jugar con ellos cada vez que lleguen a un sitio como el parque o la playa, donde hay más niños.

Así la conducta se va haciendo cada vez más social, ya reconocen a los otros niños como reales y no como objetos físicos y desarrollan actividades junto a éstos aunque de forma paralela. Una acción muy habitual en esta etapa es ver a varias niñas sentadas jugando a que toman el té, sin embargo, aunque desde fuera pueda parecer que están tomando el té juntas, cada una está inmersa en su propio juego simbólico en el que las demás no están incluidas.

Las relaciones sociales de dos a seis años

A partir de los dos años, el juego en paralelo dará poco a poco paso al juego cooperativo, sobre todo en forma de juego imaginario. 

Al principio de la etapa de Educación Infantil, los niños practican el juego simbólico utilizando materiales “reales” como por ejemplo, un coche de juguete, sin embargo, a medida que cumplen años, los pequeños no necesitan apoyarse en objetos parecidos a los reales para jugar de forma simbólica, porque su desarrollo cognoscitivo permite que utilicen su imaginación para dotar de propiedades específicas a cualquier objeto que deseen. Aquí cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia porque un plátano se puede convertir en un teléfono o un guante en una peligrosa araña.

A través del juego simbólico el niño explorará roles y comportamientos propios de los “mayores” . Además utilizará su imaginación pata liberar tensiones y miedos recreando aquello que le asusta y cambiando su respuesta tantas veces como sea necesario.

Además, a través de las simulaciones los pequeños adoptan diferentes puntos de vista (el de madre, profesora, hermana, abuela, etc) y pueden entender mejor las emociones de los otros. Esto facilitará el desarrollo de su inteligencia emocional.

Se puede jugar de forma imaginaria tanto en solitario como el grupo, pero cuando el pequeño opta por esta segunda opción, algo que es normal en esta etapa del desarrollo, tendrá que aceptar las normas de sus compañeros de juego. Estas normas suelen ser creadas y respetadas por la mayoría de los miembros del grupo y suponen la puerta hacia un tipo de juego que tendrá más importancia en los próximos años del niño: el juego de reglas. 

Lo normal es que a partir de los dos o tres años, el niño busque a sus iguales para jugar, si esto no ocurre se debe consultar a un profesional de la psicopedagogía para que proporcione estrategias a padres y profesores para que ayuden al niño a integrarse en el juego con los demás niños
.

CONDUCTA PRO-SOCIAL


Se define como una conducta voluntaria dirigida a beneficiar a otros. Es decir, constituye un comportamiento que facilita las interacciones positivas con los otros; incluyendo la ayuda, el compartir, la colaboración y/o el apoyo a las demás personas.

Imagen relacionadaDicho comportamiento pro-social ha sido estudiado bastante últimamente dentro del área de la Psicología, ya que desempeña un papel fundamental en la formación de relaciones interpersonales positivas y el mantenimiento del bienestar personal y social.


Gracias a esta nueva tendencia en investigación psicológica se ha determinado que la empatía es fundamental como motivadora de una conducta pro-social.
Respecto a esto, cabe mencionar que la empatía -vista de manera multidimensional- tendría componentes cognitivos y emocionales que se relacionarían positivamente con la conducta pro-social. Estos serían por ejemplo: la capacidad de toma de perspectiva, la preocupación por el otro y la capacidad para compartir sentimientos.

Específicamente y en términos de género, se ha descubierto que las mujeres tendrían una mayor disposición empática que los hombres; lo cuál guardaría relación con niveles más bajos de agresión.
Varias investigaciones al respecto han determinado que la conducta prosocial sería un factor protector contra la conducta agresiva. Del mismo modo, ha quedado demostrado que individuos empáticos son menos agresivos por su sensibilidad y capacidad de comprender las posibles consecuencias negativas de su agresión.

Finalmente, al igual que la empatía, el autocontrol y la regulación emocional también desempeñarían un papel fundamental en la conducta pro-social y -en general- en el funcionamiento social de las personas. De la misma manera, las personas poco controladas e impulsivas serían propensas a ejecutar conductas desadaptadas.

Con el objetivo de favorecer un desarrollo positivo desde temprana edad, la Psicología ha ido recalcando la importancia de generar y educar este tipo de conductas en niños y adolescentes. Lo anterior, como un recurso fundamental de un desarrollo psicológico y emocional positivo